lunes, 10 de noviembre de 2008

De Hannah Arendt, Eichmann, Hitler y truchas en salsa de mantequilla o de la banalidad del mal



El pasado mes de Octubre volvió a brotar la polémica sobre la banalidad del mal. Un programa culinario de la televisión pública belga (VRT), dedicado a la difusión de las recetas favoritas de famosos (“Plat Préferé”, a cargo del chef Jeroen Meus), tuvo que cancelar la emisión de una entrega dedicada a Hitler y sus apreciadas truchas en salsa de mantequilla. La decisión de consagrar un programa a la figura de Hitler en una esfera tan mundana de su existencia fue mal recibida por diversos grupos. Michael Freilich, editor de un semanario judío, argumentaba que el contexto del programa banalizaba y humanizaba la figura de Hitler.

Banalidad nada banal, como puede juzgarse por la ya vieja controversia que se originara tras la publicación del trabajo de Hannah Arendt, “Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal” (1963) escrito a raíz del juicio contra Adolf Eichmann, encargado de la logística de transportes del Holocausto, en Jerusalén (1961) y donde Arendt participó como corresponsal “The New Yorker”. El juicio pasaría a la historia como uno de los más célebres y polémicos juicios inspirados en los principios de la jurisdicción universal.

Hannah Arendt, se sorprendió durante las vistas de la mediocridad intelectual del acusado. Le impresionaba, hasta provocar risa, la cantidad de estereotipos y lugares comunes que servían de argumentación a un hombre que había orquestado el transporte sistemático de miles de judíos hacia campos de exterminio. “No era tonto sino simplemente irreflexivo”, aclaraba Arendt en 1964, “y esto le habría predestinado para convertirse en uno de los mayores criminales de su época. Esto es banal, quizás incluso cómico. No se le puede encontrar profundidades demoníacas, por mucha voluntad que se le ponga. Aún así, no es ordinario. Que un tal alejamiento de la realidad e irreflexión en uno, puedan generar más desgracias que toda la maldad intrínseca del ser humano junta, eso era de hecho la lección que se podía aprender en Jerusalén”.

A cualquiera, pienso, le resulta comprensible que la tesis de la “banalidad del mal" pueda resultar provocadora y generar indignación, tal es el impacto que los autores de crímenes tan atroces tienen en el tejido moral de sociedades enteras, tal es el sufrimiento de las víctimas. Sin embargo es un error. La demonización del verdugo y la divinización de la víctima son resultado de la idealización de una injusticia insoportable. Nuestra conciencia se resiste a aceptar la humana naturaleza de un comportamiento tan aberrante. Cierto. Pero es humano, porque es ejecutado por hombres y mujeres, gente corriente, gente que no se detiene a pensar, que colabora, más por falta de reflexión que por obediencia, desde el confort de los lugares comunes de su grupo, de su ideología. Hombres y mujeres que conjuran el miedo a ser libres y a pensar por si mismos.

Comprender la banalidad del mal es el primer paso para comprender el mal, no para justificarlo. Humanizar al verdugo y a su víctima, aceptar que cualquiera de nosotros podría ocupar ese lugar, son pasos necesarios para evitar el mal. Pasos para recuperar la responsabilidad de los hombres y descargar así los hombros de ángeles y demonios.

1 comentario:

Borja Miguélez dijo...

A raíz de una inquietante confusión originada por la primera version de este articulo, decidí matizar su párrafo final.