miércoles, 5 de noviembre de 2008

De Obama y el Tribunal Penal Internacional (TPI) o de los jardines de la Atlántida




Es difícil imaginar una contribución más exquisitamente nefasta para la evolución de la Justicia Universal y la reducción de la impunidad que el legado dejado por el saliente Presidente George W. Bush: una coherente plétora de vejaciones físicas y morales inflingidas no sólo a los detenidos de su llamada “guerra contra el terror”, sino a la propia sociedad norteamericana y a la comunidad de países y ciudadanos que aspiran cotidianamente a la primacía de ley y el respeto de la dignidad humana.

La administración Bush no sólo revocó la firma depositada por su predecesor William J. Clinton en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (in extremis eso sí, al final de su mandato y con reservas para iniciar el proceso de ratificación hasta haber logrado mayores garantías para militares y ciudadanos norteamericanos frente a la jurisdicción del TPI). También se embarcó en una activa campaña de deslegitimación del TPI y negoció más de 100 Acuerdos Bilaterales de Inmunidad (BIA, siglas en inglés) para así evitar el posible enjuiciamiento de militares norteamericanos por el TPI. Asimismo rechazó la cooperación de EEUU con las investigaciones iniciadas por la Corte.

En efecto, desde un punto de vista técnico-jurídico, parece exhaustivo el esfuerzo. Y clinicamente, paranoico. Especialmente cuando se tiene en cuenta que la “amenaza” está encarnada por un tribunal destinado a juzgar los crímenes más atroces conocidos por la humanidad. Se va a necesitar una gitana muy poderosa que pueda conjurar el mal de ojo que ha echado el payo Bush a la Justicia Internacional. El nuevo Presidente de EEUU, Barack H. Obama, va a necesitar mantener las mangas de su camisa remangadas un buen tiempo antes de deshacer el entuerto. El ovillo tiene muchos cabos… y muchos nudos.

En las declaraciones más recientes sobre el TPI del entonces candidato (Octubre 2008), Obama afirmó que EEUU cooperaría con la Corte en la investigación de las causas que ésta hubiera abierto. También dijo a propósito de la relación de EEUU con el TPI: “Ahora que es operacional, estamos aprendiendo más y más acerca de las funciones del TPI. El Tribunal ha investigado sólo casos de los crímenes más graves y sistemáticos y es en el interés de América que los criminales más detestables, como los autores del genocidio en Darfur sean procesados. Estas acciones dan crédito a la causa de la justicia y merecen total apoyo y cooperación por la parte de los EEUU. Pero el TPI es todavía reciente, y muchos interrogantes se mantienen aún abiertos acerca del marco de sus actividades y es prematuro comprometer a los EEUU en cualquier dirección en este momento”.

Un mensaje esperanzador aunque complaciéndose en exceso en la pretendida incertidumbre de la Corte. Las funciones del TPI no se improvisan. Fueron objeto de una intensa negociación donde la delegación norteamericana, guiada por el Embajador David Scheffer, tuvo un lugar predominante. Acéptese de todas maneras el comentario como un gesto de prudencia, un guiño que prepara la segunda parte de su declaración: “Los EEUU tienen más tropas desplegadas en el extranjero que cualquier otra nación y ese ejército sobrelleva una parte desproporcionada de la carga que representa la protección de los norteamericanos y la preservación de la seguridad internacional. La máxima protección para los miembros de las fuerzas armadas debería acompañar este mayor riesgo. Por consiguiente, consultaré en detalle con nuestros comandantes militares y examinaré asimismo los precedentes del Tribunal antes de tomar una decisión acerca de si EEUU debería ser parte del TPI.”

Pero si bien el Pentágono incidirá en la firmeza, la dimensión política del acercamiento al TPI marcará la cadencia de los pasos del funambulista Obama sobre la cuerda floja de la Justicia Universal. Su anterior asesora en política internacional, Samantha Power, ya se había encargado de señalar los límites del camino: “Hasta que no hayamos cerrado Guantánamo, salido de Irak con responsabilidad, renunciado a la tortura y mostrado una cara diferente de América, la participación de EEUU en el TPI va a hacer pensar a otros países que el TPI es una herramienta de la hegemonía norteamericana. Si Obama ratificara el TPI o anunciara su apoyo desde el día uno, pasarían dos cosas. Uno, podría desacreditar al propio TPI en el corto plazo, y dos, sometería sus relaciones con las fuerzas armadas a una presión tal que sería difícil superarla. Hay mucha más diplomacia interna, conversaciones internas sobre soberanía y demás que deben tener lugar antes de que puedas pensar en ello.”

Sin embargo Power, no hace referencia al efecto legitimador que la ratificación del Estatuto del TPI podría tener en la tan esperada nueva política exterior norteamericana. Tanto es así que ya muchos analistas se plantean si es el TPI el que necesita a los EEUU o las EEUU al TPI… De todas formas, la integración formal de EEUU como estado parte del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional puede llevar tiempo. Pero acabara sucediendo. Aunque sea en un segundo mandato. No sólo habrán de vencerse las resistencias de un aparato militar que lleva más de 7 años trabajando sin guantes, acumulando escombro y sin la tarea hecha. También habrá de proyectarse una imagen renovada de la firmeza con la que EEUU se somete a sus propias leyes, de la coherencia con la que sus acciones están inspiradas por sus más altos valores. -

Construir siempre fue más laborioso que destruir. Levantar una columna es más difícil que derrumbarla. ¿Por qué habría de ser diferente ahora? Si no que se lo pregunten al jardinero de la Atlántida.
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1 comentario:

Guru Masala dijo...

Hola trompeta!

mucho mejor el diseño ahora. Me gusta mas!

Espero que pronto escribas sobre la impunidad de Carrillo...

Un abrazo,

Alex